Libertad




Una cosa es libertad y otra muy distinta -hasta diría antagónica- es anarquía. Para que la libertad del hombre -que es un ser eminentemente social- se desarrolle en toda su plenitud, debe existir una sociedad que le garantice ciertas condiciones mínimas de seguridad, subsistencia y desarrollo personal. Y es lógico que todos contribuyamos en la medida de nuestras posibilidades (he aquí el quid de la cuestión) al sostenimiento de un estado que nos garantice la libertad que merecemos.

No se puede hablar de un hombre libre cuando vive en una sociedad con inseguridad, cuando debe parapetarse en su casa tras las rejas porque los delincuentes están sueltos y hacen lo que quieren con la propiedad y la vida de las personas.

No se puede hablar de un hombre libre cuando está enfermo, no tiene medicamentos para tratar sus enfermedades, no puede acceder a tratamientos médicos que le ayuden a subsistir o a mejorar su calidad de vida. Es esclavo de sus dolencias físicas.

Y principalmente, no se puede hablar de un hombre libre cuando es ignorante, cuando no tiene una mínima educación que le permita un desarrollo intelectual y espiritual de acuerdo a sus deseos y necesidades personales, así como el acceso a los bienes culturales de la humanidad.

El tema no es aniquilar el estado si es ineficiente. El tema es modificarlo, reestructurarlo e intentar ponerlo en las manos adecuadas para desarrollarnos como seres humanos con derechos y obligaciones. Lo contrario sería volver a la ley de la selva, vivir como animales. Lamentablemente, la ineficiencia de los estados a veces nos hace pensar que estamos regresando a eso.